Batalla Marxista
ELECCIONES 2015
Estas elecciones nos encuentran en el segundo año de recesión, después de una década en que se nos prometía haber encontrado la solución a las crisis: la cura a los males del capitalismo. Pero la buena racha se agotó.
Lo cierto es que las ilusiones del crecimiento perpetuo no podían hacerse realidad en ningún país capitalista, y mucho menos en Argentina, que en la última década creció sin desarrollarse, basando su recuperación en los efectos de la devaluación del 2001, que destruyó los salarios en la misma medida en que subió las ganancias de los empresarios. Éste fue el secreto del “modelo k”: la superexplotación del trabajo que permitió incrementar la rentabilidad del capital, que sólo con esas condiciones reinició la inversión y el ciclo de negocios.
Pero este nuevo ciclo estuvo impulsado apenas por la puesta en marcha de las capacidades ya instaladas, además de las divisas ingresadas por los agronegocios. La poca inversión en innovación mantuvo baja la competitividad tecnológica, mientras que el mecanismo compensatorio de la baja salarial se desgastaba cada vez más ante la recuperación de la capacidad negociadora de los trabajadores.
Ahora estamos parados en ese momento crucial, en que el achatamiento de la rentabilidad causa el freno de la inversión y de toda la actividad económica, y se impone como única salida dentro del capitalismo, el ajuste, viejo conocido de los trabajadores. El estado con sus devaluaciones consecutivas ha intentado hacer que la inflación se coma al salario sin que el gobierno de turno quede pegado a un ajuste directo. Se trata de generar la impresión de que son fuerzas “fuera de control” las que administran el ajuste, e incluso desde el gobierno devaluador se producen discursos contra supuestos “especuladores” que causarían el mal inflacionario. Esta estrategia ha tenido relativo éxito, pero todavía falta. Si los dueños del país necesitan acumular aplastando el salario obrero, los signos de ajuste que venimos padeciendo con las paritarias por debajo de la inflación, el impuesto al salario, las suspensiones y despidos, los recortes presupuestarios en salud y educación, etc, sólo habrán sido el comienzo de un ataque mucho más fuerte y decidido. Porque en este sistema lo único que importa es el nivel de las ganancias: si éste no se recupera a costa del salario, nada funciona. Como tantas veces, los trabajadores estamos ante las puertas de una nueva crisis del capitalismo, y la vamos a pagar nosotros, con menos salarios, con menos trabajo, menos salud y educación.
Es en este momento de la Argentina en que nos llaman a votar. Los mismos que vienen administrando los intereses patronales, los políticos de todos los colores, sonrientes e informales, chantas, nos piden que elijamos a uno de ellos. Al que viene ajustando o al que quiere tomar la posta y ser él el ajustador. Son empleados del capital, cuando no empresarios ellos mismos. Necesitan que participemos de su farsa, pero nosotros no los necesitamos a ellos.
Los capitalistas necesitan de las elecciones para que el pueblo mantenga la ilusión de que tiene algún poder de decisión, de que delegar el gobierno del estado en algún político o partido es “democracia”. Pero el estado es capitalista, tiene normas hechas a medida de los intereses del capital, y quienes lo gobiernan deben atenerse siempre a ellas. El estado es la forma de dominación política de la clase dominante en todas las sociedades, y en nuestra sociedad esa clase es la capitalista, que nos domina en lo económico mediante la relación salarial, de la que extrae su ganancia, y nos domina en lo político con un aparato estatal represivo que disfraza muy eficazmente como si fuera de todos, como si protegiera el ‘bien común’. Así, del mismo modo que nos dicen que tenemos un montón de derechos porque están escritos en algún papel, como el “derecho a trabajar” consagrado en la Constitución, en la realidad es solamente el “derecho a trabajar para otro”, porque si el dueño de la tierra y de las máquinas es otro, la ilusión de la democracia de iguales se revela como la realidad del sistema de clases, con dueños por un lado, y empleados explotados por el otro.
Por su parte, la realidad cotidiana demuestra cada vez más claramente dos cosas: El estado no es un ente neutro, sino una maquinaria de opresión y explotación de los trabajadores, cuyas decisiones nunca van a ir en contra de los intereses patronales tomados en su conjunto. Un ejemplo palpable lo encontramos en el rol jugado por éste en un sinnúmero de conflictos obreros que se han venido sucediendo y que hoy se evidencia en la lucha que vienen desarrollando los compañeros de la línea 60 en defensa de su salario y los puestos de trabajo, atenazados entre las trampas del ministerio de trabajo y la actitud carnera y represora de la burocracia sindical. En segundo lugar, se demuestra que ninguna decisión electoral o plebiscitaria puede torcer el rumbo de los dictados del capital. El ejemplo más claro lo encontramos en el reciente y rotundo NO al ajuste votado mayoritariamente por la población de Grecia que redundó en un total desconocimiento por parte del gobierno, poniendo en evidencia que las grandes decisiones de estado no se resuelven en elecciones formales, sino en los gabinetes y pasillos ministeriales. Así fue siempre y así será hasta que los trabajadores no tomen conciencia de que es necesario derrumbar el poder del estado capitalista mediante una revolución proletaria triunfante y lo apliquen consecuentemente.
En las presentes condiciones de Argentina, acudir a las elecciones no puede ser de ninguna utilidad para los trabajadores. Si existiera algún partido de la clase obrera que se propusiera utilizar la participación electoral para denunciarla como la farsa que es, y para propagandizar la única salida progresiva y verdaderamente democrática que es el socialismo, explicando claramente qué es y cómo se consigue, entonces apoyaríamos a ese partido. Pero ese partido no existe. No consideramos que votar al FIT, al Nuevo Mas, al MST sea una opción. El programa que presentan esos partidos es una vertiente nacional estatista con alguna fraseología de izquierda lavada y adaptada al régimen. La campaña que desarrollan se atiene a este fraude y substituye las explicaciones precisas de los objetivos por caritas sonrientes y fotoshopeadas acompañadas de un plan de reformas que, aún si correctas como tales, ejemplo: un salario base acorde a la canasta familiar o la abolición del trabajo en negro, no se conectan en absoluto con el programa comunista. A lo largo de los últimos años vienen demostrando que su política de alianzas está subordinada a obtener cargos y se matan por ello, incluso con las más infames acusaciones. Boquean sobre la unidad en las elecciones y sabotean el frente único en la lucha real y concreta de los trabajadores a efectos de mantener los corralitos partidarios. Todo esto, en nuestra opinión, tiene más peso que un genérico ‘carácter de clase’ que obligue a votarlos.
En estas elecciones, desde Batalla Marxista llamamos a no concurrir a votar, impugnar el voto, votar en blanco en última instancia y a hacer política en un sentido mucho más real, el de la organización y la lucha para enfrentar al ajuste y crecer acumulando fuerzas para la revolución socialista.
Batalla Marxista
email: grupodeestudiomarxista 1917@ yahoo.com.ar
web: batallamarxista.weebly.com
Estas elecciones nos encuentran en el segundo año de recesión, después de una década en que se nos prometía haber encontrado la solución a las crisis: la cura a los males del capitalismo. Pero la buena racha se agotó.
Lo cierto es que las ilusiones del crecimiento perpetuo no podían hacerse realidad en ningún país capitalista, y mucho menos en Argentina, que en la última década creció sin desarrollarse, basando su recuperación en los efectos de la devaluación del 2001, que destruyó los salarios en la misma medida en que subió las ganancias de los empresarios. Éste fue el secreto del “modelo k”: la superexplotación del trabajo que permitió incrementar la rentabilidad del capital, que sólo con esas condiciones reinició la inversión y el ciclo de negocios.
Pero este nuevo ciclo estuvo impulsado apenas por la puesta en marcha de las capacidades ya instaladas, además de las divisas ingresadas por los agronegocios. La poca inversión en innovación mantuvo baja la competitividad tecnológica, mientras que el mecanismo compensatorio de la baja salarial se desgastaba cada vez más ante la recuperación de la capacidad negociadora de los trabajadores.
Ahora estamos parados en ese momento crucial, en que el achatamiento de la rentabilidad causa el freno de la inversión y de toda la actividad económica, y se impone como única salida dentro del capitalismo, el ajuste, viejo conocido de los trabajadores. El estado con sus devaluaciones consecutivas ha intentado hacer que la inflación se coma al salario sin que el gobierno de turno quede pegado a un ajuste directo. Se trata de generar la impresión de que son fuerzas “fuera de control” las que administran el ajuste, e incluso desde el gobierno devaluador se producen discursos contra supuestos “especuladores” que causarían el mal inflacionario. Esta estrategia ha tenido relativo éxito, pero todavía falta. Si los dueños del país necesitan acumular aplastando el salario obrero, los signos de ajuste que venimos padeciendo con las paritarias por debajo de la inflación, el impuesto al salario, las suspensiones y despidos, los recortes presupuestarios en salud y educación, etc, sólo habrán sido el comienzo de un ataque mucho más fuerte y decidido. Porque en este sistema lo único que importa es el nivel de las ganancias: si éste no se recupera a costa del salario, nada funciona. Como tantas veces, los trabajadores estamos ante las puertas de una nueva crisis del capitalismo, y la vamos a pagar nosotros, con menos salarios, con menos trabajo, menos salud y educación.
Es en este momento de la Argentina en que nos llaman a votar. Los mismos que vienen administrando los intereses patronales, los políticos de todos los colores, sonrientes e informales, chantas, nos piden que elijamos a uno de ellos. Al que viene ajustando o al que quiere tomar la posta y ser él el ajustador. Son empleados del capital, cuando no empresarios ellos mismos. Necesitan que participemos de su farsa, pero nosotros no los necesitamos a ellos.
Los capitalistas necesitan de las elecciones para que el pueblo mantenga la ilusión de que tiene algún poder de decisión, de que delegar el gobierno del estado en algún político o partido es “democracia”. Pero el estado es capitalista, tiene normas hechas a medida de los intereses del capital, y quienes lo gobiernan deben atenerse siempre a ellas. El estado es la forma de dominación política de la clase dominante en todas las sociedades, y en nuestra sociedad esa clase es la capitalista, que nos domina en lo económico mediante la relación salarial, de la que extrae su ganancia, y nos domina en lo político con un aparato estatal represivo que disfraza muy eficazmente como si fuera de todos, como si protegiera el ‘bien común’. Así, del mismo modo que nos dicen que tenemos un montón de derechos porque están escritos en algún papel, como el “derecho a trabajar” consagrado en la Constitución, en la realidad es solamente el “derecho a trabajar para otro”, porque si el dueño de la tierra y de las máquinas es otro, la ilusión de la democracia de iguales se revela como la realidad del sistema de clases, con dueños por un lado, y empleados explotados por el otro.
Por su parte, la realidad cotidiana demuestra cada vez más claramente dos cosas: El estado no es un ente neutro, sino una maquinaria de opresión y explotación de los trabajadores, cuyas decisiones nunca van a ir en contra de los intereses patronales tomados en su conjunto. Un ejemplo palpable lo encontramos en el rol jugado por éste en un sinnúmero de conflictos obreros que se han venido sucediendo y que hoy se evidencia en la lucha que vienen desarrollando los compañeros de la línea 60 en defensa de su salario y los puestos de trabajo, atenazados entre las trampas del ministerio de trabajo y la actitud carnera y represora de la burocracia sindical. En segundo lugar, se demuestra que ninguna decisión electoral o plebiscitaria puede torcer el rumbo de los dictados del capital. El ejemplo más claro lo encontramos en el reciente y rotundo NO al ajuste votado mayoritariamente por la población de Grecia que redundó en un total desconocimiento por parte del gobierno, poniendo en evidencia que las grandes decisiones de estado no se resuelven en elecciones formales, sino en los gabinetes y pasillos ministeriales. Así fue siempre y así será hasta que los trabajadores no tomen conciencia de que es necesario derrumbar el poder del estado capitalista mediante una revolución proletaria triunfante y lo apliquen consecuentemente.
En las presentes condiciones de Argentina, acudir a las elecciones no puede ser de ninguna utilidad para los trabajadores. Si existiera algún partido de la clase obrera que se propusiera utilizar la participación electoral para denunciarla como la farsa que es, y para propagandizar la única salida progresiva y verdaderamente democrática que es el socialismo, explicando claramente qué es y cómo se consigue, entonces apoyaríamos a ese partido. Pero ese partido no existe. No consideramos que votar al FIT, al Nuevo Mas, al MST sea una opción. El programa que presentan esos partidos es una vertiente nacional estatista con alguna fraseología de izquierda lavada y adaptada al régimen. La campaña que desarrollan se atiene a este fraude y substituye las explicaciones precisas de los objetivos por caritas sonrientes y fotoshopeadas acompañadas de un plan de reformas que, aún si correctas como tales, ejemplo: un salario base acorde a la canasta familiar o la abolición del trabajo en negro, no se conectan en absoluto con el programa comunista. A lo largo de los últimos años vienen demostrando que su política de alianzas está subordinada a obtener cargos y se matan por ello, incluso con las más infames acusaciones. Boquean sobre la unidad en las elecciones y sabotean el frente único en la lucha real y concreta de los trabajadores a efectos de mantener los corralitos partidarios. Todo esto, en nuestra opinión, tiene más peso que un genérico ‘carácter de clase’ que obligue a votarlos.
En estas elecciones, desde Batalla Marxista llamamos a no concurrir a votar, impugnar el voto, votar en blanco en última instancia y a hacer política en un sentido mucho más real, el de la organización y la lucha para enfrentar al ajuste y crecer acumulando fuerzas para la revolución socialista.
Batalla Marxista
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