Batalla Marxista
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Etapa
– Situación – coyuntura y tipo de partido
Desde el comienzo de la lucha socialista se planteó el problema del ‘Qué hacer’, vale decir, cómo el proletariado debe organizarse para dar una pelea efectiva por su emancipación y triunfar. En esencia, dos elementos se han demostrado imprescindibles: Órganos de poder de masa y partido revolucionario. Si bien la aparición de los primeros (Concejos obreros- Comités de fábrica-Coordinadoras fabriles) puede resultar en buena medida espontánea, es de destacar que, como bien lo había señalado Trotski en su célebre ‘Historia de la Revolución Rusa’ la labor educativa previa y de largo plazo del partido revolucionario sobre la clase obrera no es irrelevante. Primera conclusión: Si en una etapa de ascenso de la influencia ideológica del marxismo sobre el movimiento obrero, la propaganda sistemática sobre la necesidad de la organización independiente de los trabajadores para la revolución resultó fundamental, puede decirse que hoy, en una etapa de grave retroceso del mismo, es directamente imprescindible.
La necesidad del partido para estimular la toma del poder por la clase obrera auto organizada, nos lleva a una segunda conclusión: formar partido revolucionario hoy no es poner en pie una secta más para sumar a las tantas existentes. Requiere de una ruptura con las viejas matrices de pensamiento instaladas. Caso contrario, estamos condenados a la formación de satélites de menor tamaño, tanto del estalinismo, como del trotskismo, foquismo o nacionalismo burgués y pequeñoburgués. Formar partido es, en un primer momento, sentar cimientos teórico programáticos en función de un análisis materialista de la realidad orientado por el método marxista.
Esto no significa que la labor práctica de difusión de las ideas marxistas y organización para la lucha en el movimiento obrero deba ser pospuesta hasta que la labor teórica sea completada. Primero, porque tal labor, forzosamente colectiva e histórica, nunca termina íntegramente y en segundo lugar porque, en buena medida, la labor teórica da respuesta a problemáticas que sólo surgen o pueden sopesarse mediante una labor práctica de inserción y construcción en la clase. La creación del partido revolucionario es una construcción histórica que va aparejada al desarrollo de la conciencia de clase ‘para sí’ en el movimiento obrero. El desarrollo de esta conciencia histórica no es lineal ni por sí mismo acumulativo. La conciencia no se conserva en un freezer ni se transmite por los genes. Requiere de expresarse en diferentes partidos efímeros que preserven la memoria histórica y cuyas formas pueden variar de un momento a otro sin que se pierda el objetivo de construir una herramienta de lucha por el poder para la clase obrera. Aquí es donde entra el problema de qué tipo de partido es posible y necesario construir hoy en razón de lo que objetivamente plantean etapa, situaciones y coyunturas. Es la tercera conclusión: En nuestra opinión, la construcción debe partir del reconocimiento que lejos de la pintura idílica a que nos tiene acostumbrados la izquierda tradicional sobre un capitalismo en agonía cercado por un ascenso de masas revolucionario y ‘objetivamente anticapitalista’, la realidad es muy diferente. El capitalismo ha sufrido numerosas crisis a lo largo de su desarrollo, de distinta magnitud y alcance global. Tales crisis nacen de su naturaleza contradictoria. Las ondas expansivas en el desarrollo de las fuerzas de producción terminan chocando con las necesidades de valorización de los capitales en pugna, por lo que no pueden sostenerse indefinidamente. Pero si algo ha demostrado la historia es que, como decía Lenin ‘No hay crisis sin salida’. Solo el accionar revolucionario de la clase obrera puede poner fin al capitalismo. Mientras esto no ocurra, el capitalismo se levantará y volverá a acumular mediante la explotación redoblada de los obreros. La definición de etapa, entonces , no puede basarse en analogías biológicas (Capitalismo joven, maduro y senil o agónico) o en el razonamiento mecánico de que la crisis final y definitiva procreará tarde o temprano la insurrección mundial, sino, en el análisis concienzudo de la relación de fuerzas entre las clases y en como esta resulta moldeada por el desenlace de grandes confrontaciones de escala histórica, cuyos efectos, lejos de ser fácilmente reversibles, pueden perdurar por largos períodos de tiempo.
A grandes rasgos, analizando el siglo XX es fácil detectar una ascenso revolucionario de la clase obrera que luego del Octubre Rojo adquiere las dimensiones de lo que la Tercera Internacional llamó una situación revolucionaria mundial. A nuestro juicio, la única que hasta ahora protagonizó el movimiento obrero. Este ascenso, signado por sucesivas insurrecciones proletarias terminó de extinguirse a fines de la década del treinta con la imposición de regímenes fascistas en Alemania, Italia y España y la derrota de la huelga general con ocupación masiva de fábricas en Francia a manos del Frente Popular, sin olvidar que en la propia URSS, la camarilla estalinista terminó de liquidar todo vestigio de oposición hacia 1936. La caída del nazismo quiso ser vendida luego por el revisionismo, como una reversión de la derrota infligida a la clase obrera por la burguesía. Craso error o puro voluntarismo para magnetizar a la militancia. El fascismo fue desplazado por el frente democrático y estalinista de la contrarrevolución. Los conatos de levantamiento obrero que se dieron frente a los regímenes fascistas tambaleantes en Italia, Francia y especialmente Grecia, en las postrimerías de la guerra, también fueron derrotados por obra de su propia dirección capituladora. El escenario que se instala en Europa Occidental ocupada por los Aliados en la inmediata postguerra es el de la desactivación de la revolución por un período indeterminado. Otro tanto ocurre en Europa del este bajo la bota estalinista. El resultado de las llamadas ‘revoluciones desde arriba’ es la instauración de estados no capitalistas y burocráticos surgidos del aplastamiento de todo vestigio real o potencial de democracia obrera que, si bien defendibles en la estatalidad de los medios de producción frente a la restauración del capitalismo, no dejaban de expresar la derrota profunda de la perspectiva revolucionaria. Sucesos posteriores, como La Revolución Boliviana, una auténtica manifestación de revolución obrera, o el levantamiento de Berlín en el 53 no alcanzan a revertir la tendencia general y son derrotados. La contrarevolución capitalista y estalinista da paso a un largo período histórico de pasividad y aplastamiento del movimiento obrero, configurándose una etapa no revolucionaria en que la clase obrera no ocupa rol central ni ofensivo, mucho menos dirigente en ulteriores procesos de levantamiento de masa contra sus infames condiciones de existencia. La revolución china o cubana, son procesos cuyo carácter es burocrático desde el inicio y donde la clase obrera, diezmada y atenazada, no ocupa rol central, sino, subordinado a ejércitos de base campesina en el primer caso o elites guerrilleras en el segundo. Por tal razón no son exponentes de ninguna revolución proletaria triunfante, sino, procesos donde el poder se traslada de una clase terrateniente o burguesa a una clase embrionaria, la casta burocrática que comanda oprime y explota a las masas populares. Por tal razón no se revierten las consecuencias de la derrota profunda, ni cambia el carácter de la etapa, desde la perspectiva que interesa: La de la revolución proletaria. Mayo francés, Huelga general belga, Otoño caliente italiano, también quieren ser vendidos por el revisionismo como una reversión de la derrota profunda consumada en vísperas de la segunda guerra mundial, derrota por la cual millones de proletarios fueran lanzados una vez más a la guerra fratricida en pos de sus respectivos amos. No es así, la clase obrera no recuperó su autonomía ni rozó las alturas que había alcanzado en la etapa previa. En ningún momento se plantó como contendiente al poder, ni objetiva ni mucho menos, subjetivamente. Embrionarias tendencias pre revolucionarias llegaron a insinuarse coyunturalmente, pero no se desarrollaron. Solo amplias vanguardias, mayoritariamente pequeñoburguesas se radicalizaron. Otro episodio que quiso ser vendido como la reversión de la derrota profunda, fue la derrota de los yankees en Vietnam. Tampoco es cierto. Ni las masas proletarias tomaron el poder en Vietnam, ni la retirada de los americanos fue producto de una polarización revolucionaria en su propio país. Indudablemente, los procesos de ‘revolución triunfante’, pero no proletaria, que hemos mencionado desataron ondas expansivas en todo el planeta. Vanguardias se radicalizaron y levantaron, pero la abrumadora mayoría del movimiento obrero, especialmente en los segmentos estructuralmente más poderosos, no pudo ni quiso romper el chaleco de fuerza de su propio conservatismo instalado. Es la lectura objetiva que se impone más allá del compromiso y la solidaridad moral que nos une a la lucha abnegada de grandes vanguardias que se lanzaron a tomar el cielo por asalto. Las consecuencias profundas de la derrota de proporciones épicas que sufrió la clase obrera no fueron revertidas ni están a punto de serlo. Más recientemente, acontecimientos como el derrumbe del estalinismo, para dar paso a la restauración capitalista, también fueron imputados como fenómenos, si no ‘revolucionarios’ por lo menos como revolucionarios en potencia. La realidad lo ha desmentido. Lo mismo puede decirse del ciclo de levantamientos de masa contra las consecuencias calamitosas del llamado ‘modelo neoliberal’. En casos como el de Argentina, la clase obrera no mostró tendencias autónomas. No pasó por encima del control de la burocracia sindical o los aparatos políticos, no se insubordinó ni rebeló. Esta fue la razón por la cual no se abrió un período pre revolucionario o directamente revolucionario en Argentina , a lo cual viene a sumarse la completa orfandad de dirección, pese a existir organizaciones de perfil revolucionario con cinco décadas de existencia. Ni siquiera Bolivia con el ciclo de luchas que arranca con la guerra del agua y culmina en el abatimiento de Sánchez de Losada, en la que tendencias combativas e insurreccionales de la clase obrera comenzaron a ponerse en marcha, logró escapar al ciclo funesto del encarrilamiento tras de recambios electorales tibiamente socialdemócratas. Lejos entonces de poder hablarse de reversión de la derrota profunda que se arrastra, ni siquiera de una tendencia franca o incluso embrionaria en ese sentido.
La cuarta conclusión es que no partimos de cero, pero las fuerzas revolucionarias tienen frente a sí un arduo, largo y penoso camino de reconstitución de la conciencia obrera, de hacer carne las ideas del socialismo en las masas, de darle forma organizada como partidos revolucionarios con base de masas. No hay receta milagrosa, consigna de transición genial o pase de magia electoral que puedan representar un atajo, una fórmula rápida y concentrada para la revolución. El camino, en nuestra opinión, es formar muchos núcleos de propaganda y lucha y tratar de involucrarlos en la tarea de sentar una base teórica y programática genuina, sin que que ello represente merma del activismo sobre la clase obrera o participación en sus luchas, pero tampoco disolución de las tareas teóricas y propagandísticas en el ‘luchismo’. Haciendo un balance, por lo menos de la izquierda revolucionaria argentina, es menester reconocer que no ha faltado compromiso con las luchas. Lo que ha faltado es una política sustentada en un análisis materialista de la realidad. Es necesario reconocer que no se justifica construir una nueva organización si nos diferenciamos de lo previamente existente solo en el número o la fuerza del aparato. ¿Para que intentaríamos construir nueva organización si solo nos separan minucias , cuestiones de táctica o disputas de aparato con las organizaciones que ya existen y han recorrido una parte mayor del camino en su influencia sobre una fracción, pequeña, pero fracción real al fin del movimiento obrero?
La respuesta, por nuestra parte y como nuestra opinión, consiste en afianzar un programa y un método de hacer política a la par que intervenimos, al alcance de nuestras posibilidades, en aquellos procesos de resistencia que fermentan en la clase trabajadora. Solo así abonaremos el porvenir.
Desde el comienzo de la lucha socialista se planteó el problema del ‘Qué hacer’, vale decir, cómo el proletariado debe organizarse para dar una pelea efectiva por su emancipación y triunfar. En esencia, dos elementos se han demostrado imprescindibles: Órganos de poder de masa y partido revolucionario. Si bien la aparición de los primeros (Concejos obreros- Comités de fábrica-Coordinadoras fabriles) puede resultar en buena medida espontánea, es de destacar que, como bien lo había señalado Trotski en su célebre ‘Historia de la Revolución Rusa’ la labor educativa previa y de largo plazo del partido revolucionario sobre la clase obrera no es irrelevante. Primera conclusión: Si en una etapa de ascenso de la influencia ideológica del marxismo sobre el movimiento obrero, la propaganda sistemática sobre la necesidad de la organización independiente de los trabajadores para la revolución resultó fundamental, puede decirse que hoy, en una etapa de grave retroceso del mismo, es directamente imprescindible.
La necesidad del partido para estimular la toma del poder por la clase obrera auto organizada, nos lleva a una segunda conclusión: formar partido revolucionario hoy no es poner en pie una secta más para sumar a las tantas existentes. Requiere de una ruptura con las viejas matrices de pensamiento instaladas. Caso contrario, estamos condenados a la formación de satélites de menor tamaño, tanto del estalinismo, como del trotskismo, foquismo o nacionalismo burgués y pequeñoburgués. Formar partido es, en un primer momento, sentar cimientos teórico programáticos en función de un análisis materialista de la realidad orientado por el método marxista.
Esto no significa que la labor práctica de difusión de las ideas marxistas y organización para la lucha en el movimiento obrero deba ser pospuesta hasta que la labor teórica sea completada. Primero, porque tal labor, forzosamente colectiva e histórica, nunca termina íntegramente y en segundo lugar porque, en buena medida, la labor teórica da respuesta a problemáticas que sólo surgen o pueden sopesarse mediante una labor práctica de inserción y construcción en la clase. La creación del partido revolucionario es una construcción histórica que va aparejada al desarrollo de la conciencia de clase ‘para sí’ en el movimiento obrero. El desarrollo de esta conciencia histórica no es lineal ni por sí mismo acumulativo. La conciencia no se conserva en un freezer ni se transmite por los genes. Requiere de expresarse en diferentes partidos efímeros que preserven la memoria histórica y cuyas formas pueden variar de un momento a otro sin que se pierda el objetivo de construir una herramienta de lucha por el poder para la clase obrera. Aquí es donde entra el problema de qué tipo de partido es posible y necesario construir hoy en razón de lo que objetivamente plantean etapa, situaciones y coyunturas. Es la tercera conclusión: En nuestra opinión, la construcción debe partir del reconocimiento que lejos de la pintura idílica a que nos tiene acostumbrados la izquierda tradicional sobre un capitalismo en agonía cercado por un ascenso de masas revolucionario y ‘objetivamente anticapitalista’, la realidad es muy diferente. El capitalismo ha sufrido numerosas crisis a lo largo de su desarrollo, de distinta magnitud y alcance global. Tales crisis nacen de su naturaleza contradictoria. Las ondas expansivas en el desarrollo de las fuerzas de producción terminan chocando con las necesidades de valorización de los capitales en pugna, por lo que no pueden sostenerse indefinidamente. Pero si algo ha demostrado la historia es que, como decía Lenin ‘No hay crisis sin salida’. Solo el accionar revolucionario de la clase obrera puede poner fin al capitalismo. Mientras esto no ocurra, el capitalismo se levantará y volverá a acumular mediante la explotación redoblada de los obreros. La definición de etapa, entonces , no puede basarse en analogías biológicas (Capitalismo joven, maduro y senil o agónico) o en el razonamiento mecánico de que la crisis final y definitiva procreará tarde o temprano la insurrección mundial, sino, en el análisis concienzudo de la relación de fuerzas entre las clases y en como esta resulta moldeada por el desenlace de grandes confrontaciones de escala histórica, cuyos efectos, lejos de ser fácilmente reversibles, pueden perdurar por largos períodos de tiempo.
A grandes rasgos, analizando el siglo XX es fácil detectar una ascenso revolucionario de la clase obrera que luego del Octubre Rojo adquiere las dimensiones de lo que la Tercera Internacional llamó una situación revolucionaria mundial. A nuestro juicio, la única que hasta ahora protagonizó el movimiento obrero. Este ascenso, signado por sucesivas insurrecciones proletarias terminó de extinguirse a fines de la década del treinta con la imposición de regímenes fascistas en Alemania, Italia y España y la derrota de la huelga general con ocupación masiva de fábricas en Francia a manos del Frente Popular, sin olvidar que en la propia URSS, la camarilla estalinista terminó de liquidar todo vestigio de oposición hacia 1936. La caída del nazismo quiso ser vendida luego por el revisionismo, como una reversión de la derrota infligida a la clase obrera por la burguesía. Craso error o puro voluntarismo para magnetizar a la militancia. El fascismo fue desplazado por el frente democrático y estalinista de la contrarrevolución. Los conatos de levantamiento obrero que se dieron frente a los regímenes fascistas tambaleantes en Italia, Francia y especialmente Grecia, en las postrimerías de la guerra, también fueron derrotados por obra de su propia dirección capituladora. El escenario que se instala en Europa Occidental ocupada por los Aliados en la inmediata postguerra es el de la desactivación de la revolución por un período indeterminado. Otro tanto ocurre en Europa del este bajo la bota estalinista. El resultado de las llamadas ‘revoluciones desde arriba’ es la instauración de estados no capitalistas y burocráticos surgidos del aplastamiento de todo vestigio real o potencial de democracia obrera que, si bien defendibles en la estatalidad de los medios de producción frente a la restauración del capitalismo, no dejaban de expresar la derrota profunda de la perspectiva revolucionaria. Sucesos posteriores, como La Revolución Boliviana, una auténtica manifestación de revolución obrera, o el levantamiento de Berlín en el 53 no alcanzan a revertir la tendencia general y son derrotados. La contrarevolución capitalista y estalinista da paso a un largo período histórico de pasividad y aplastamiento del movimiento obrero, configurándose una etapa no revolucionaria en que la clase obrera no ocupa rol central ni ofensivo, mucho menos dirigente en ulteriores procesos de levantamiento de masa contra sus infames condiciones de existencia. La revolución china o cubana, son procesos cuyo carácter es burocrático desde el inicio y donde la clase obrera, diezmada y atenazada, no ocupa rol central, sino, subordinado a ejércitos de base campesina en el primer caso o elites guerrilleras en el segundo. Por tal razón no son exponentes de ninguna revolución proletaria triunfante, sino, procesos donde el poder se traslada de una clase terrateniente o burguesa a una clase embrionaria, la casta burocrática que comanda oprime y explota a las masas populares. Por tal razón no se revierten las consecuencias de la derrota profunda, ni cambia el carácter de la etapa, desde la perspectiva que interesa: La de la revolución proletaria. Mayo francés, Huelga general belga, Otoño caliente italiano, también quieren ser vendidos por el revisionismo como una reversión de la derrota profunda consumada en vísperas de la segunda guerra mundial, derrota por la cual millones de proletarios fueran lanzados una vez más a la guerra fratricida en pos de sus respectivos amos. No es así, la clase obrera no recuperó su autonomía ni rozó las alturas que había alcanzado en la etapa previa. En ningún momento se plantó como contendiente al poder, ni objetiva ni mucho menos, subjetivamente. Embrionarias tendencias pre revolucionarias llegaron a insinuarse coyunturalmente, pero no se desarrollaron. Solo amplias vanguardias, mayoritariamente pequeñoburguesas se radicalizaron. Otro episodio que quiso ser vendido como la reversión de la derrota profunda, fue la derrota de los yankees en Vietnam. Tampoco es cierto. Ni las masas proletarias tomaron el poder en Vietnam, ni la retirada de los americanos fue producto de una polarización revolucionaria en su propio país. Indudablemente, los procesos de ‘revolución triunfante’, pero no proletaria, que hemos mencionado desataron ondas expansivas en todo el planeta. Vanguardias se radicalizaron y levantaron, pero la abrumadora mayoría del movimiento obrero, especialmente en los segmentos estructuralmente más poderosos, no pudo ni quiso romper el chaleco de fuerza de su propio conservatismo instalado. Es la lectura objetiva que se impone más allá del compromiso y la solidaridad moral que nos une a la lucha abnegada de grandes vanguardias que se lanzaron a tomar el cielo por asalto. Las consecuencias profundas de la derrota de proporciones épicas que sufrió la clase obrera no fueron revertidas ni están a punto de serlo. Más recientemente, acontecimientos como el derrumbe del estalinismo, para dar paso a la restauración capitalista, también fueron imputados como fenómenos, si no ‘revolucionarios’ por lo menos como revolucionarios en potencia. La realidad lo ha desmentido. Lo mismo puede decirse del ciclo de levantamientos de masa contra las consecuencias calamitosas del llamado ‘modelo neoliberal’. En casos como el de Argentina, la clase obrera no mostró tendencias autónomas. No pasó por encima del control de la burocracia sindical o los aparatos políticos, no se insubordinó ni rebeló. Esta fue la razón por la cual no se abrió un período pre revolucionario o directamente revolucionario en Argentina , a lo cual viene a sumarse la completa orfandad de dirección, pese a existir organizaciones de perfil revolucionario con cinco décadas de existencia. Ni siquiera Bolivia con el ciclo de luchas que arranca con la guerra del agua y culmina en el abatimiento de Sánchez de Losada, en la que tendencias combativas e insurreccionales de la clase obrera comenzaron a ponerse en marcha, logró escapar al ciclo funesto del encarrilamiento tras de recambios electorales tibiamente socialdemócratas. Lejos entonces de poder hablarse de reversión de la derrota profunda que se arrastra, ni siquiera de una tendencia franca o incluso embrionaria en ese sentido.
La cuarta conclusión es que no partimos de cero, pero las fuerzas revolucionarias tienen frente a sí un arduo, largo y penoso camino de reconstitución de la conciencia obrera, de hacer carne las ideas del socialismo en las masas, de darle forma organizada como partidos revolucionarios con base de masas. No hay receta milagrosa, consigna de transición genial o pase de magia electoral que puedan representar un atajo, una fórmula rápida y concentrada para la revolución. El camino, en nuestra opinión, es formar muchos núcleos de propaganda y lucha y tratar de involucrarlos en la tarea de sentar una base teórica y programática genuina, sin que que ello represente merma del activismo sobre la clase obrera o participación en sus luchas, pero tampoco disolución de las tareas teóricas y propagandísticas en el ‘luchismo’. Haciendo un balance, por lo menos de la izquierda revolucionaria argentina, es menester reconocer que no ha faltado compromiso con las luchas. Lo que ha faltado es una política sustentada en un análisis materialista de la realidad. Es necesario reconocer que no se justifica construir una nueva organización si nos diferenciamos de lo previamente existente solo en el número o la fuerza del aparato. ¿Para que intentaríamos construir nueva organización si solo nos separan minucias , cuestiones de táctica o disputas de aparato con las organizaciones que ya existen y han recorrido una parte mayor del camino en su influencia sobre una fracción, pequeña, pero fracción real al fin del movimiento obrero?
La respuesta, por nuestra parte y como nuestra opinión, consiste en afianzar un programa y un método de hacer política a la par que intervenimos, al alcance de nuestras posibilidades, en aquellos procesos de resistencia que fermentan en la clase trabajadora. Solo así abonaremos el porvenir.
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