Batalla Marxista
Coyuntura económica 2018
Economía argentina
De dónde venimos
La economía argentina presentó bajos niveles de inversión productiva durante el último siglo y hasta el presente. Esto implica pérdida de competitividad ante otras economías, y a su vez, condena a los salarios al estancamiento o la caída, ya que la única vía alternativa que le queda a la clase dominante local para jugar en la competencia mundial, consiste en mantener su rentabilidad mediante la superexplotación del trabajador. La burguesía que no compite vía inversión tecnológica, que no puede producir con la misma eficiencia que la norma mundial, compensa esto ajustando el cinturón… de sus proletarios. Esta contradicción generó ciclos de crecimiento corto que devenían en crisis que eran resueltas por fuertes devaluaciones con contracción del salario, que luego al recuperarse junto con la economía, incubaban el nuevo momento en que la rentabilidad hubiese caído demasiado, y se necesitara una nueva devaluación, y así de seguido. Esta lógica de ajuste cíclico encontró una oposición obrera muy fuerte en los 70 ante el combo devaluatorio-ajustador llamado “Rodrigazo”. El gobierno peronista no logró el objetivo burgués de ajuste, ni siquiera con la triple A en la calle, ante la fuerte resistencia obrera. A hacer esa tarea llegaron los milicos en el 76, Videla y compañía. Llegaron en una etapa de crisis mundial, la muerte del período fordista con alzas sostenidas de los niveles de vida en los cinturones industriales de los países desarrollados y de algunos dependientes… como Argentina, en Buenos Aires, Córdoba y Rosario… fue una etapa de cambio rotundo de la relación de fuerzas entre las clases. La crisis (que siempre es crisis de rentabilidad) dio fuerza al impulso internacionalizador del capital, a la tendencia a mundializar sus procesos productivos para ganar más, a convertir a las multinacionales en pulpos que tienen una pata de la producción de cada insumo en un país diferente, según donde obtengan mayores facilidades, donde la explotación de la mano de obra sea más fácil. Y la mayor facilidad para mudarse de un lugar a otro que permitieron las nuevas tecnologías financieras, de transporte y comunicación, potenciaron la ventaja del capital para ejercer su famoso “chantaje” inversor: “si no te gusta, me voy a otro país, si no bajan los salarios, cierro la fábrica y me voy a Viet Nam”… En esta nueva etapa, ya cualquier modelo de tipo nacional y popular, iba a ser inviable. El capital es mundial. La dictadura inaugura la liquidación de esa vía local al tiempo que aniquila a la vanguardia más combativa en los lugares de trabajo, y a todo aquel que compartiera ese rol de avanzada de la clase obrera. El sistema nervioso que formara la conciencia clasista en el proletariado fue arrancado de raíz, para inaugurar un período de dominio indiscutido del capital. En el caso argentino, un período en el que se refuerzan los rasgos de baja inversión productiva en la mayoría de las ramas, y por lo tanto, bajo crecimiento y como principal estrategia de aumento de rentabilidad, bajos salarios. En todo el período posterior, cada ciclo de acumulación y crisis iba a consolidar un nivel inferior del poder adquisitivo del salario y un crecimiento raquítico de la economía. Tras el momento de crecimiento de los 90, la baja competitividad que resultaba de la combinación de un bajo nivel tecnológico con la paridad del peso con el dólar, devino en un estancamiento que el estado argentino sólo pudo sobrellevar por un tiempo vía endeudamiento externo. La quiebra de la convertibilidad ocurrió finalmente tras el intento de la Alianza de resolver el estancamiento del modelo mediante un ajuste deflacionario (bajando el poder adquisitivo directamente, sin mediación de una devaluación con inflación) que resultó insuficiente, no conformaba ni las expectativas de la burguesía dolarizadora (con rentas fijas) ni las de la burguesía devaluacionista (exportadora). Con la depresión e inminente quiebra estatal, se desató la fuga de capitales y la medida del “corralito” señaló el final del proceso a nivel político, al generar la convergencia en la movilización popular de la clase media con fracciones de los desocupados, trabajadores marginales y vanguardias de izquierda, en diciembre de 2001. Sin embargo, la clase obrera como tal estuvo ausente tanto física como programáticamente: ni los obreros industriales se movilizaron ni se luchó por una propuesta positiva que superara el mero rechazo al “mal gobierno”. Por lo tanto, esta crisis sólo podía desembocar en un nuevo reciclado del sistema, y como el ajuste es parte obligatoria del metabolismo capitalista, simplemente se alteró el modo en que éste se llevó a cabo. La devaluación del peso en un momento de depresión económica y altísima desocupación, con pocas posibilidades de luchar por salarios, generó una caída del 35% de la capacidad adquisitiva salarial, inflando por fin las ganancias de los empresarios, que en algunos casos, sobre todo los ligados a la exportación (además beneficiados por la suba del precio de las materias primas), empezaron a reequiparse, con lo que se inició una lenta recuperación en 2002 que luego se fortalecería y extendería por casi una década (el gobierno K fundó su mitología pseudo keynesiana en estos fundamentos de base, y la prosperidad de la etapa le permitió reconstituir la legitimidad del estado burgués). Como decíamos arriba, también en este período el nivel de inversión fue bajo, un promedio de 17% como en los 90… lo que sumado a la recomposición salarial (siempre por debajo de los niveles de 2001), preanunciaba un estrangulamiento de la rentabilidad y consecuente crisis. Después del frenazo de 2009 ligado a las turbulencias externas, el 2011 fue el año en que comenzó el estancamiento por los motivos endógenos mencionados anteriormente (los precios de las commodities seguían siendo altos). Desde 2011 Argentina vivió un período de avances y retrocesos, con un año de crecimiento (los impares, impulsados por el gasto gubernamental previo a cada elección) seguido de un año de caída (los pares, sin explosión del gasto). En consonancia con este nuevo momento económico, el discurso fue cambiando. La “moderación” salarial, el “pacto social”, la “sintonía fina”… los puestos del gabinete ocupados por fachos, milicos además de viejos y nuevos camaleones… aumentó la represión abierta… salieron a congraciarse con los organismos internacionales antes demonizados, pagando miles de millones de dólares, para atraer dólares… y cuando el salario llegó a los niveles del 2001 se prendió la alerta roja, y los “amigos del pueblo” vía el ministro Kicillof aplicaron una fuerte devaluación en 2014 con subas salariales inferiores a la inflación. El poder adquisitivo cayó 4,8 puntos. Desde esta perspectiva se entiende mucho mejor el empeoramiento del desempeño electoral del kirchnerismo hasta la derrota final en 2015. El 40% de los más pobres eligió votar a Macri en el ballotage… después de todo, ambos candidatos presentaban el mismo programa, con diferencias minúsculas (igual que el otro, Massa), y esto se debe a las determinantes del ciclo económico, y a que un candidato burgués debe tener un programa burgués: ante la crisis, el ajuste, el aumento de la explotación. Cosa que dentro del capitalismo es la única vía: es ingenuo creer que al ajuste lo van a pagar los capitalistas…
Dónde estamos
A nivel global vivimos un momento de lenta recuperación de la crisis del 2008, pero con perspectivas de crecimiento muy débil a futuro, debido a la persistencia de bajos niveles de inversión productiva, ante los altísimos costos que requiere hacer inversiones rentables, y el hecho de que ya existe mucha capacidad ociosa ya instalada, que disuade de mayores ampliaciones. La baja inversión implica bajo crecimiento de la productividad y competitividad, y por lo tanto, que la estrategia primaria del capital en este período para aumentar su rentabilidad, pasará por el aumento de la explotación del trabajo, como vemos en países europeos y por supuesto, en Argentina. Ante semejante escenario, podemos suponer que la intención de atraer inversiones no podrá materializarse fácilmente… sólo niveles de rentabilidad mucho más altos que los actuales podrían constituir un incentivo suficiente para algunos capitales, y esto constituye una promesa de mayor explotación, de empeoramiento de nuestras condiciones de vida. Ya están haciendo correr nuestra sangre para garantizar que eso pase. El primer año de gobierno de Macri se dio a esta tarea con cierto gradualismo, la devaluación con inflación se comió el 5,8% del poder adquisitivo salarial de los trabajadores registrados en 2016 (parecido al nivel del ajuste de 2014, según datos de CIFRA CTA), pérdida más o menos mantenida en 2017, y que por su magnitud relativamente baja (para la burguesía) plantea que la tarea para 2018 del gobierno será ampliar esa pérdida y convertirla en una derrota estratégica de la clase trabajadora. Esta tarea les es urgente porque la economía no repunta, más allá de la leve recuperación que el gasto público permitió en algunos meses del 2017, y porque el estado está desfinanciado, sostenido por el hilo cada vez más tirante de la deuda externa (el precio de la soja es inferior al del momento álgido de 2008, de U$S 600 la tonelada, pero todavía está en niveles superiores a los del 2007 y años previos, hoy se acerca a los U$S 400 por tonelada. Sin embargo, no alcanza a ser la tabla de salvación que necesita el gobierno). Pero sobre todo porque una situación de estancamiento largo no puede ser asimilada por el capital, ya que si no puede valorizarse, pierde terreno ante la competencia, y finalmente, muere. De cara a estas tareas, en 2017 el estado impulsó despidos, que sumados a los producidos espontáneamente en el sector privado, suman al objetivo de aumentar la presión sobre los puestos de trabajo y facilitar con el miedo a la desocupación, la caída de los salarios y la docilidad en el lugar de trabajo. La fragmentación de las luchas defensivas garantiza la derrota obrera en casi todos los casos. Se trabajó con éxito la consolidación de un consenso represivo, pasando de negar la responsabilidad del estado ante una desaparición y muerte, a justificar el fusilamiento de un mapuche, a finalmente defender como correcta la práctica policial del gatillo fácil, mientras se criminaliza la protesta social para disciplinar. Se logró pasar la reforma jubilatoria, aliviando las finanzas del estado y pauperizando a amplios sectores vulnerables y a los trabajadores presentes y futuros. Pero todo esto es sólo el momento preparatorio. La oposición parlamentaria no existe más que para especular sobre sus carreras particulares (incluidos los señores legisladores de la izquierda), los sectores burgueses proteccionistas pueden quejarse, pero aprovechan el ajuste para negrear y reconvertirse. El arco burgués en general nos tiene en la mira, con la reforma laboral ganarán todos ellos, consolidarán y generalizarán el estado de precariedad laboral en que ya vive un 40% de los trabajadores argentinos, que trabajan en negro. Se trata de dar otro paso hacia abajo en nuestras condiciones de vida, en la larga trayectoria que se remonta a la derrota de los 70. La resistencia será difícil, y finalmente, sólo exitosa si puede evolucionar en el sentido de quitarle el poder a la burguesía, nada menos que eso podrá salvarnos
De dónde venimos
La economía argentina presentó bajos niveles de inversión productiva durante el último siglo y hasta el presente. Esto implica pérdida de competitividad ante otras economías, y a su vez, condena a los salarios al estancamiento o la caída, ya que la única vía alternativa que le queda a la clase dominante local para jugar en la competencia mundial, consiste en mantener su rentabilidad mediante la superexplotación del trabajador. La burguesía que no compite vía inversión tecnológica, que no puede producir con la misma eficiencia que la norma mundial, compensa esto ajustando el cinturón… de sus proletarios. Esta contradicción generó ciclos de crecimiento corto que devenían en crisis que eran resueltas por fuertes devaluaciones con contracción del salario, que luego al recuperarse junto con la economía, incubaban el nuevo momento en que la rentabilidad hubiese caído demasiado, y se necesitara una nueva devaluación, y así de seguido. Esta lógica de ajuste cíclico encontró una oposición obrera muy fuerte en los 70 ante el combo devaluatorio-ajustador llamado “Rodrigazo”. El gobierno peronista no logró el objetivo burgués de ajuste, ni siquiera con la triple A en la calle, ante la fuerte resistencia obrera. A hacer esa tarea llegaron los milicos en el 76, Videla y compañía. Llegaron en una etapa de crisis mundial, la muerte del período fordista con alzas sostenidas de los niveles de vida en los cinturones industriales de los países desarrollados y de algunos dependientes… como Argentina, en Buenos Aires, Córdoba y Rosario… fue una etapa de cambio rotundo de la relación de fuerzas entre las clases. La crisis (que siempre es crisis de rentabilidad) dio fuerza al impulso internacionalizador del capital, a la tendencia a mundializar sus procesos productivos para ganar más, a convertir a las multinacionales en pulpos que tienen una pata de la producción de cada insumo en un país diferente, según donde obtengan mayores facilidades, donde la explotación de la mano de obra sea más fácil. Y la mayor facilidad para mudarse de un lugar a otro que permitieron las nuevas tecnologías financieras, de transporte y comunicación, potenciaron la ventaja del capital para ejercer su famoso “chantaje” inversor: “si no te gusta, me voy a otro país, si no bajan los salarios, cierro la fábrica y me voy a Viet Nam”… En esta nueva etapa, ya cualquier modelo de tipo nacional y popular, iba a ser inviable. El capital es mundial. La dictadura inaugura la liquidación de esa vía local al tiempo que aniquila a la vanguardia más combativa en los lugares de trabajo, y a todo aquel que compartiera ese rol de avanzada de la clase obrera. El sistema nervioso que formara la conciencia clasista en el proletariado fue arrancado de raíz, para inaugurar un período de dominio indiscutido del capital. En el caso argentino, un período en el que se refuerzan los rasgos de baja inversión productiva en la mayoría de las ramas, y por lo tanto, bajo crecimiento y como principal estrategia de aumento de rentabilidad, bajos salarios. En todo el período posterior, cada ciclo de acumulación y crisis iba a consolidar un nivel inferior del poder adquisitivo del salario y un crecimiento raquítico de la economía. Tras el momento de crecimiento de los 90, la baja competitividad que resultaba de la combinación de un bajo nivel tecnológico con la paridad del peso con el dólar, devino en un estancamiento que el estado argentino sólo pudo sobrellevar por un tiempo vía endeudamiento externo. La quiebra de la convertibilidad ocurrió finalmente tras el intento de la Alianza de resolver el estancamiento del modelo mediante un ajuste deflacionario (bajando el poder adquisitivo directamente, sin mediación de una devaluación con inflación) que resultó insuficiente, no conformaba ni las expectativas de la burguesía dolarizadora (con rentas fijas) ni las de la burguesía devaluacionista (exportadora). Con la depresión e inminente quiebra estatal, se desató la fuga de capitales y la medida del “corralito” señaló el final del proceso a nivel político, al generar la convergencia en la movilización popular de la clase media con fracciones de los desocupados, trabajadores marginales y vanguardias de izquierda, en diciembre de 2001. Sin embargo, la clase obrera como tal estuvo ausente tanto física como programáticamente: ni los obreros industriales se movilizaron ni se luchó por una propuesta positiva que superara el mero rechazo al “mal gobierno”. Por lo tanto, esta crisis sólo podía desembocar en un nuevo reciclado del sistema, y como el ajuste es parte obligatoria del metabolismo capitalista, simplemente se alteró el modo en que éste se llevó a cabo. La devaluación del peso en un momento de depresión económica y altísima desocupación, con pocas posibilidades de luchar por salarios, generó una caída del 35% de la capacidad adquisitiva salarial, inflando por fin las ganancias de los empresarios, que en algunos casos, sobre todo los ligados a la exportación (además beneficiados por la suba del precio de las materias primas), empezaron a reequiparse, con lo que se inició una lenta recuperación en 2002 que luego se fortalecería y extendería por casi una década (el gobierno K fundó su mitología pseudo keynesiana en estos fundamentos de base, y la prosperidad de la etapa le permitió reconstituir la legitimidad del estado burgués). Como decíamos arriba, también en este período el nivel de inversión fue bajo, un promedio de 17% como en los 90… lo que sumado a la recomposición salarial (siempre por debajo de los niveles de 2001), preanunciaba un estrangulamiento de la rentabilidad y consecuente crisis. Después del frenazo de 2009 ligado a las turbulencias externas, el 2011 fue el año en que comenzó el estancamiento por los motivos endógenos mencionados anteriormente (los precios de las commodities seguían siendo altos). Desde 2011 Argentina vivió un período de avances y retrocesos, con un año de crecimiento (los impares, impulsados por el gasto gubernamental previo a cada elección) seguido de un año de caída (los pares, sin explosión del gasto). En consonancia con este nuevo momento económico, el discurso fue cambiando. La “moderación” salarial, el “pacto social”, la “sintonía fina”… los puestos del gabinete ocupados por fachos, milicos además de viejos y nuevos camaleones… aumentó la represión abierta… salieron a congraciarse con los organismos internacionales antes demonizados, pagando miles de millones de dólares, para atraer dólares… y cuando el salario llegó a los niveles del 2001 se prendió la alerta roja, y los “amigos del pueblo” vía el ministro Kicillof aplicaron una fuerte devaluación en 2014 con subas salariales inferiores a la inflación. El poder adquisitivo cayó 4,8 puntos. Desde esta perspectiva se entiende mucho mejor el empeoramiento del desempeño electoral del kirchnerismo hasta la derrota final en 2015. El 40% de los más pobres eligió votar a Macri en el ballotage… después de todo, ambos candidatos presentaban el mismo programa, con diferencias minúsculas (igual que el otro, Massa), y esto se debe a las determinantes del ciclo económico, y a que un candidato burgués debe tener un programa burgués: ante la crisis, el ajuste, el aumento de la explotación. Cosa que dentro del capitalismo es la única vía: es ingenuo creer que al ajuste lo van a pagar los capitalistas…
Dónde estamos
A nivel global vivimos un momento de lenta recuperación de la crisis del 2008, pero con perspectivas de crecimiento muy débil a futuro, debido a la persistencia de bajos niveles de inversión productiva, ante los altísimos costos que requiere hacer inversiones rentables, y el hecho de que ya existe mucha capacidad ociosa ya instalada, que disuade de mayores ampliaciones. La baja inversión implica bajo crecimiento de la productividad y competitividad, y por lo tanto, que la estrategia primaria del capital en este período para aumentar su rentabilidad, pasará por el aumento de la explotación del trabajo, como vemos en países europeos y por supuesto, en Argentina. Ante semejante escenario, podemos suponer que la intención de atraer inversiones no podrá materializarse fácilmente… sólo niveles de rentabilidad mucho más altos que los actuales podrían constituir un incentivo suficiente para algunos capitales, y esto constituye una promesa de mayor explotación, de empeoramiento de nuestras condiciones de vida. Ya están haciendo correr nuestra sangre para garantizar que eso pase. El primer año de gobierno de Macri se dio a esta tarea con cierto gradualismo, la devaluación con inflación se comió el 5,8% del poder adquisitivo salarial de los trabajadores registrados en 2016 (parecido al nivel del ajuste de 2014, según datos de CIFRA CTA), pérdida más o menos mantenida en 2017, y que por su magnitud relativamente baja (para la burguesía) plantea que la tarea para 2018 del gobierno será ampliar esa pérdida y convertirla en una derrota estratégica de la clase trabajadora. Esta tarea les es urgente porque la economía no repunta, más allá de la leve recuperación que el gasto público permitió en algunos meses del 2017, y porque el estado está desfinanciado, sostenido por el hilo cada vez más tirante de la deuda externa (el precio de la soja es inferior al del momento álgido de 2008, de U$S 600 la tonelada, pero todavía está en niveles superiores a los del 2007 y años previos, hoy se acerca a los U$S 400 por tonelada. Sin embargo, no alcanza a ser la tabla de salvación que necesita el gobierno). Pero sobre todo porque una situación de estancamiento largo no puede ser asimilada por el capital, ya que si no puede valorizarse, pierde terreno ante la competencia, y finalmente, muere. De cara a estas tareas, en 2017 el estado impulsó despidos, que sumados a los producidos espontáneamente en el sector privado, suman al objetivo de aumentar la presión sobre los puestos de trabajo y facilitar con el miedo a la desocupación, la caída de los salarios y la docilidad en el lugar de trabajo. La fragmentación de las luchas defensivas garantiza la derrota obrera en casi todos los casos. Se trabajó con éxito la consolidación de un consenso represivo, pasando de negar la responsabilidad del estado ante una desaparición y muerte, a justificar el fusilamiento de un mapuche, a finalmente defender como correcta la práctica policial del gatillo fácil, mientras se criminaliza la protesta social para disciplinar. Se logró pasar la reforma jubilatoria, aliviando las finanzas del estado y pauperizando a amplios sectores vulnerables y a los trabajadores presentes y futuros. Pero todo esto es sólo el momento preparatorio. La oposición parlamentaria no existe más que para especular sobre sus carreras particulares (incluidos los señores legisladores de la izquierda), los sectores burgueses proteccionistas pueden quejarse, pero aprovechan el ajuste para negrear y reconvertirse. El arco burgués en general nos tiene en la mira, con la reforma laboral ganarán todos ellos, consolidarán y generalizarán el estado de precariedad laboral en que ya vive un 40% de los trabajadores argentinos, que trabajan en negro. Se trata de dar otro paso hacia abajo en nuestras condiciones de vida, en la larga trayectoria que se remonta a la derrota de los 70. La resistencia será difícil, y finalmente, sólo exitosa si puede evolucionar en el sentido de quitarle el poder a la burguesía, nada menos que eso podrá salvarnos
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